martes, 5 de octubre de 2010

La escucha




 ¡Ay de esa belleza que se hace tan intensa a medida que uno empieza a entenderla! ¡Y que desaparece cuando creemos saborearla! Es necesario que uno crea que la entiende para quererse a si mismo como nadie podría hacerlo por nosotros.¡Puede llevar alguien más necesidad en ello! El sentirla es síntoma de entenderla, como todo arte, pero nunca de contenerla, pues nuestra imaginación tiene marcados sus propios límites. La música es el significado de una frase con sentido que puede apreciarse sin abarcarse apenas. ¡Es intensidad! Pues sólo cuando se nos aparece en un principio; la intensidad la engrana la naturaleza para que le prestemos atención; para que aprendamos a fijar esos recuerdos de plenitud que más tarde olvidaremos. Mas entonces ya no seremos los mismos. ¿Qué quieres enseñarnos cuando así te nos apareces? ¿Qué interés puedes tener en que te encontremos? Nos haces sentir a tu semejanza.
¿Y cuando la música ha dejado de ser intensa -a medida que la degustamos- y ahora remansa al hombre en un estado estético que no deja de curvarlo sobre si? Cuando sentimos los desbroces de las artes nos enfriamos y nos recogemos sobre nosotros mismos; esperemos haya poca luz entonces, así no veremos esas lágrimas traídas cayendo sobre nosotros en el momento justo en el que las esperamos,¡Y quién es Dios aquí! Todo esta exactitud le late sentir a la música de Juan Sebastian Bach. Él reservaba toda su atención para su señor. Su música nos ha hecho confundirle con alguien distinto a un gran hombre.
Pero no podemos llegar a imaginar el remanso mental que un órgano puede ofrecerle al hombre en la soledad de su Iglesia. Tampoco el piano preparadísimo del señor Gould de tan señorial singularidad, de extremadísimo sonido sobrio, el más adecuado a la escucha de la oreja pronunciada.
¡Dónde hemos estado! ¿Cómo nos ha cambiado esa música? Es todo un misterio para nosotros que constituye la esencia del arte.

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