lunes, 28 de febrero de 2011

J.S. Bach. Concierto de Brandemburgo no 2 BWV 1047, tercer movimiento, I Musici



Hemos de subir el volumen todo lo que nos permita la hora nocturna del dia. La música hemos de escucharla en general todo lo alta que podamos, ignorando de dónde viniera, para poner toda nuestra atención y nuestros débiles deseos en ella, sin poder pensar en nada ajeno que no se asemejara a la esencia de su secreto. Incluso la escucharemos más alta que el propio volumen sonoro en el que la la grabación se realizó, desatendiendo las indicaciones parcas del compositor. Por eso es mejor escuchar la música al calor del hogar, con nuestras propias costumbres y sin nadie que pudiera interrumpir nuestra minuciosa tarea. Tal vez y como excepción, sólamente acompañados de alguien que callase y escuchara con los ojos cerrados y con la máxima atención, y al que queramos hacernos querer por alguna razón todavía desconocida.
No es del todo aconsejable acudir a los espectáculos elegantes del concierto, a no ser que por una vez queramos divertirnos. Somos nosotros quienes acercamos la música a nuestras vidas silenciosas, no necesitamos para ello de los corrillos en las escaleras ni de las chaquetas de hermoso abolengo.

Los Conciertos de Brandemburgo son una de las mayores obras maestras de Bach, a pesar de que este músico nos tenga tan acostumbrados a ellas como para no temblar de alegría en su presencia. Por su carácter, estos conciertos pueden parecernos de sustancia ligera. Ellos mismos son ligerísimos como el sonido luminoso del oboe o la flauta, o como el reverdecido paisaje que nos dibuja el clave acompañante. El sonido colmado de la trompeta rebosa nuestro ánimo a gritos y nos rellena de satisfacción. Los contornos recios de la cuerda sujetan esa imaginación avivada y nos la precipitan como los pies pisan el suelo, como sentimos a dolor en nuestro cuerpo el hambre o el deseo.
Siempre podremos escuchar estos conciertos como savia nueva, sin cansarnos apenas de la escucha repetida, como no nos cansan las voces que duermen a diario con nosotros. Pudiera esta música parecer menos intelectual si la comparamos con las pasiones, las Suites para Violonchelo, La Ofrenda Musical o El Arte de la Fuga, pero no es realidad una música menor a éstas. Sostienen el brillo uniforme de la tradición como no lo llevan estos otros tesoros más introvertidos del Cantor. Nos haría falta en la historia de la música otro Bach semejante que pudiera trabajar con el material de El Arte de la Fuga como Bach trabajó con las obras de otros músicos cuyas formas habían sido desarrolladas durante siglos.
Los conciertos transpiran el agua dulce de la Naturaleza frente al vino reposado de las pasiones, exprimido al cansancio de los pies dolidos y con el sollozo maduro de los hombres. Los conciertos son como todas las aves queridas del mundo echando a volar, sincronizadas en su bello movimiento, rítmicas en su razonamiento y provistas de un fin firme que las sostiene y empuja.
No hay conciertos mejor hilvanados en la historia de la música, dónde todos los instrumentos casen como si hubiesen nacido juntos. Nos agradan como poca música puede acompañarnos toda una vida  y nos conmueven a la alegría más profunda que una vez concluida nos remansa como si no hubiéramos salido nunca de ella.
Esta música genial sortea la controversia de las interpretaciones de rigor historicista; en música, el resultado final permite siempre valorar el valor de la pieza y éste sólo puede medirse a través de la emoción que nos provoca. Podemos obviar el tipo de instrumento para el cual compuso la obra el autor, un clave, un piano, que más nos puede dar; incluso podremos modificar los tempos, las intensidades o incluso las notas o su hilvanado, siempre y cuando el suave resultado sea artísticamente superior a las últimas intenciones del compositor; lo cual es extraordinariamente complicado pero por otro lado bastante fácil para el intérprete genial si se compara su trabajo con la ardua tarea de componer, la tarea del héroe. La composición exige genio y trabajo. Mas el genio no ha de hallarlo por sí misma la voluntad, por lo menos la del hombre.
La trompeta suena tan firme que nos hace sucumbir en el baile con tanta elegancia que olvidamos en este movimiento las interpretaciones obligadas de Leonhardt, Richter, Harnoncourt o Goebel; en otros momentos por supuesto que les echaremos de menos.
I Musici son dulces; la flauta y la trompeta de esta interpretación procuran un placer extremo como no consiguen hacerlo los instrumentos antiguos. Disfrutemos de sus bailes antiguos con crédulo desenfado, sabiendo que el estilo de estas grabaciones nunca se movieron de su lugar prominente a pesar de los lugares nuevos a los que nos ha conducido el rigor historicista. En la lectura musical pesa más la intuición sentida del hombre que los medios de los que dispone para comunicarla. Quien ha permanecido en pie al paso de la verdad ha de sangrarle el rostro como se suspende el rocío en la mañana.

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