domingo, 17 de abril de 2011

Padre Antonio Soler. Fandango en re menor. Rafael Puyana


La mejor obra para teclado de un español había de nacer en el siglo de Bach. Opinamos así sin olvidar la delicada obra para teclado de Antonio de Cabezón y mientras no se nos enseñe como silencioso regalo la obra para órgano que Tomás Luis de Victoria hubo de descifrar en el convento de las Descalzas Reales.
En la época ilustrada de Soler a la razón se la presuponía como regidora de los sentimientos del hombre, luz primada de sus facultades más ilustres.
El sentimiento es para nosotros lo más propio que posee el hombre, incluso aún más que su vivo razonamiento o el propio conocimiento que tenga de sí mismo. El hombre se aproxima a los propios límites de su sentido en los suaves sentimientos que con arrobo lo desencajan. El sentimiento es el único alivio del hombre cuando el razonamiento que lo desencadena es veraz, cuando procede de esa justicia creadora entre el cabeceo de la imaginación y la perspectiva del pensamiento racional. Los sentimientos se adecuan por sí solos a los razonamientos del hombre, son la expresión propia del significado que porta nuestro pensamiento racional. Si éste resulta incompleto o se desvía demasiado tendrá su repercusión en la emoción que embarga al sujeto. Procuremos que nuestro razonamiento sea siempre el más verdadero, el más general, también el más inexacto. Mas será el sentimiento el que guíe nuestras acciones por la evidencia y configure en ella nuestras creencias más sentidas. De nuestro corazón siempre nos fiaremos aunque bien nos hayamos podido equivocar. Por que el hombre se siente más completo cuando se ciñe a la norma, y no tanto cuando parece contentarse con el producto de la libertad. Esa sujeción moral le alivia la conciencia y le libera el pensamiento en el cumplimiento de su tarea. La felicidad pueda ser entonces un estado muy distinto al de la alegría.

La mejor composición para teclado de un español tenía que emanar del singular acicate de lo catalán. Un músico nacido en Olot con un sentido tan religioso de la vida que tuvo que protegerse en El Escorial bajo los duros faldones de monje. De Domenico Scarlatti asimilará el rudimentario lenguaje madrileño del mismo modo que tendrá que enlucirlo Luigi Boccherini más tarde; soleado e inflamado de los aires impetuosos de la sierra madrileña que se llegan suaves a los paseos del Prado. En Madrid pocas cosas se recuerdan nacidas allí, pero todo parece cobrar mejor vida cuando se conoce y se siente allí.
El Fandango es la obra maestra de Soler, cuyo resplandor asoma por encima del resto de su obra, toda ella rebosante de un aire inconfundible y de unos gestos deliciosos, pero de menor valor si la comparamos con los desgarros que éste nos produce. El pulso genial que este músico deja en esta obra asombra las fiestas del mundo entero, pues sobrepasa con distinción cualquier composición para clave de Rameau, Scarlatti o Couperin, que visten en general una fina elegancia y puede que hasta sean formalmente más correctas que las del español, pero que no son capaces de lucir la sinceridad calurosa, el desarrollo emotivo y la claridad expositiva que impregna el Fandango vibrante de Soler. El italiano y el francés raramente aciertan a explicarse en lo que sienten más allá de los matices que ofrecen las reexposiciones o las sucintas contraposiciones temáticas de sus obras. Nos parece música ocasional del más fino gusto, como también lo es a veces la de Soler; pero es ésta más festiva y popular, compuesta para endulzar de alegría los momentos llanos de paz. En el Fandango han quedado impresos los rebrotes de vida que como afluentes del alma han sabido configurar un sentimiento mayor. Es la alegría del espíritu de las cosas la que deslumbra y no cabe en sí de gozo.
No encontramos en la Suite Iberia de Albéniz nada con semejante envergadura vital, no nos duele decirlo. Este otro catalán supo hilvanar como nadie el folclore ruidoso de lo español, mas nunca se aproxima en su mejor obra para piano a la alegría que brota de lo más necesario, a las verdades menos agradables que conmueven nuestra mano y nos oprimen el pecho. Es cierto que los colosalismos de estas obras no son parecidos, mas no por ello dejaremos de obviar en las mejores obras de los hombres el tamaño o las cantidades que éstos fueron capaces de acuñar. Preferimos las situaciones excepcionales de belleza que nos permitan despertar del cansancio que padecemos.
El carácter de lo español se ha comportado con entusiasta irregularidad, con menor cuidado por las formas y procederes acabados que puedan oscurecer el sentido del mensaje, obtusamente apasionado y ciego en las ideas que lo mueven, cabezota e irreverente en su mejor lucidez e irresponsable ignorancia; pero con unas ganas de vivir inconfundibles que lo animan desde la cercana costumbre de la música y la intuición de lo bello. San Juan de la Cruz y Tomás Luis de Victoria bien hicieron recogiéndose en sus retiros para ofrecerse mejor al mundo desde ellos, como no puede ofrecer el hombre toda su belleza cuando sus semejantes se le ponen delante.

Soler empieza su Fandango como quien espera impaciente comunicar algo importantísimo, se le nota la alegría en las prisas y en los recovecos de su decir; qué caminar más rico y obstinado, qué chulería tan madrileña, subamos por Dios el volumen hasta que nos duela, que nos oigan que estamos felices y que vamos a estallar de corazón. Qué monje tan bueno este Soler y qué duros debieron parecerle los muros del monasterio. Le imaginamos abriendo las ventanas de madera por la mañana, descalzo sobre el barro rojizo de la solería y oliendo a mares el aire que agita los pinos. Esto es España y éste un lugar predilecto, Madrid. Sólo nos falta un nacido en Bogotá que venga a indicarnos con la mayor maestría cómo somos de verdad. Rafael Puyana nos asombra en su construcción de lo español, nos comprende y nos disfruta desde un lúcido lugar al que nadie más ha sabido llegar. Y que esto no se aprenda en las escuelas sólo puede ocurrir aquí, en la hermosa mujer que viene siendo España.

1 comentario:

  1. ¡Qué triste haber llegado tan tarde! Espero que las palabras te sigan acompañando. Un beso.

    ResponderEliminar