sábado, 14 de mayo de 2011

J.S.Bach, El arte de la fuga. Canon alla decima, Contrapunto a la terza, BWV 1080/16. Gustav Leonhardt



¿Quién podría permitirse recoger la herencia de esta obra mayor?
Como nos dice Lucien Rebatet, escuchemos esta música esperando ser en ese momento dignos oyentes; asimilémonos a ella en cuanto dice pues toda ella está hecha a semejanza nuestra. Cuán punzante y difícil de asumir pues se nos presenta como un problema de conciencia desatada.
Si la obra en general descansa sobre unos presupuestos de paz armónica y austera emoción por contrapunto, su tensión no desaparece en los momentos más sugestivos para evocarnos un lirismo extremo de una vida irrealizable.
Los pesados pero gráciles movimientos de nuestro músico aprisionan la visión musical de su universo con tanta fuerza que exprime un dulzor tenue que corroe el daño. Límpido se purifica el tiempo insustancial perdido y el daño moral causado. Apabullante obra rítmica de paredes pétreas cuya esquirla mirada sólo puede sonsacar un clave imaginario, melodía que latirá única durante toda la obra para autoengendrarse de manera indefinida.

Disco dos, botón tres. Que la música es lenguaje de alguien con nosotros y que somos nosotros quien le inducimos a hablar, es algo que se entiende de veras cuando escuchamos estos minutos de música. Gustav Leonhardt, a estas alturas de su carrera, se comunica con todo con una claridad que alumbra, con una mesura tímbrica que invita y con fraseos tan brillantes y correctos que estaca la vida entera.
Resulta que existe en esta obra un contrapunto mayor que haremos sonar en otro momento de menor felicidad, el cual el holandés parece declinar en el respeto a su instrumento y a una grabación de Glenn Gould que sin duda conocía.
Otras grabaciones excelentes para conjuntos orquestales más o menos reducidos en interpretaciones modernas o historicistas como las de Hermann Scherchen o Reinhard Goebel; o versiones para órgano como las de H.Walcha, M.C.Alain o A.Isoir no acaban de exprimir el rico jugo de la granada.
El arte de la fuga permanece del mejor modo finalizada. Su sentido oculto lo ha podido completar Bach en su muerte. Perfecto y singular final que se termina truncado.
A la obra de Bach no podemos arrimarnos sin conocer en profundidad todas las grabaciones de este músico que no aparenta su genialidad pero que ha demostrado crecerse en un instrumento muy difícil de explotar por sus limitaciones expresivas. Aunque el timbre del clave pueda resultar más monótono y punzante, aunque su construcción no le permita expresarse con la delicadeza neutra y el dinamismo dulce o grave del piano, aporta a la interpretación un intensidad rítmica insuperable, una frescura trágica repentina y la respuesta táctil de la escritura fina y la incisión dolida. Los armónicos elegantísimos, la sonoridad tenebrosa del piano, el registro amplio de emociones extremas o el matiz del apagado e intensidad de las notas le confieren una complejidad compositiva con mayor capacidad de matización, de expresión, que un clave. Eso no quiere decir que en muchos momentos el clave se exprese con más rectitud que el piano, cuando se adecúe mejor a la expresión de una composición musical en particular.
El Arte de la Fuga como la Ofrenda Musical o El Clave bien Temperado arremolinan en el huerto musical una novedosa y bellísima forma de expresar un sentimiento tan enigmático y común que se escurre de la razón rápido, vacío y cegado.

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