domingo, 8 de mayo de 2011

Officium defunctorum,Tomás Luis de Victoria. Gabrieli Consort, Paul Mc Creesh


Esta obra habremos de escucharla entera. Se pueden bajar las persianas y correr las cortinas después de comer, también podemos esperar a la noche. La digestión intensifica las emociones sentidas, lo cual es maravilloso si queremos prestarle su debida atención.
Si podemos esperar al invierno en Madrid o vivimos junto al abrigo amurallado de Ávila ya podemos oler la encina que abrasa el hogar. Pero permanezcamos sólos al miedo y destellos del arte.
Esta es la obra más importante del arte musical español. Es por tanto, Tomás Luis de Victoria, nuestro músico predilecto, mas cuando toda su obra se levanta cargada de tanto oficio, amor  y pasión verdadera. En la historia de la música, la religión sentida con sinceridad angustiosa pero gozosa, ha constituido el torrente más caudaloso de la belleza artística. Y esa tensión moral es la que determina la regla estética en obras como El Idiota, Las Analectas o La Ética a Nicómaco. El agotamiento existencial es lo que respiramos en el transcurrir de esta obra, que es incapaz por valiente humildad de escapar a la bienaventuranza soñada. Que sueño tan claro el de Victoria.
El castigo de la muralla, los campos empedrados de verde y otoño irregular, la distancia tan corta por el frio o los abrigos de lana en los conventos. Que sola está Castilla y que anchos se extienden sus caminos de trigo.
Los grises coros ingleses le sientan bien al arte de la música; el español no tiene fuerzas para expresar lo que tan bien quedó dicho en esta página; al fin y al cabo el desasosiego ha consolidado el sentido de su vitalidad.
Voy a escuchar los cortes 2,3 y 18. En este orden la obra también guarda su pleno sentido. Los dos primeros son columnas tan perfectas en la comunión de nuestro autor con Dios que asombra la calma del salvado, pues su reproche vital es canto majestuoso a su voluntad. En el 18 no tendré más remedio que subir el volumen para cegarme en uno de los momentos más sublimes de la historia de la música. Escuchen entonces los Pierluigis, Orlandos y Josquines a la España que clama con una honestidad y una terquedad tan mundanas que asusta. Así se es Dios en la tierra y este es su estertor.
En el minuto 2.07 del motete Versa est in luctum estalla la herida expresión de verguenza por quien tememos y queremos; si hemos subido el volumen ha sido para agotarnos de éxtasis en un abrazo voluptuoso con el árbol dañado.
Nada de sensualidad sobre las murallas. Sólo calma y recogimiento hasta el siguiente presagio.

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