domingo, 15 de mayo de 2011

J.S.Bach. Sonata para violín no.3 BWV 1005, mov tercero, Largo. Nathan Milstein. EMI



Parece ser que la muerte de Maria Bárbara en 1720 provocó el desahogo lítico de su marido en la chacona de la Partita numero dos para violín BWV 1004. Cima del violín, de la música y de todas las artes del hombre si no se hubiese construido jamás un piano.
Pero el dolor manifiesto de un suceso temprano semejante, si pierde su intensidad después de haberlo sufrido de forma contínua en los primeros dias ( y esto es precísamente una definición ligera de la musica ) gana su pureza visual y entereza real cuando el sufrimiento disminuye y empezamos a respirar con más calma.
Y el tercer movimiento Largo de la Sonata número tres, BWV 1005, no sé que puede significar si no el dolor más quieto y menos egoista por la pérdida de la única persona que hemos decidido por nosotros mismos querer a nuestro lado. El resto de personas amadas nos llegan en cierto modo dadas. Cuando se pierda el amor de éstas últimas se sentirá siempre de diferente manera, pues se arremete de distinto modo a nuestro amor propio. Los primeros dolores de una tragedia los sentimos siempre por nosotros mismos y nunca por el objeto en sí que los origina. La naturaleza del hombre se presenta de un egoísmo tan primario, que esperemos sean nuestros valores nuestra mayor y más genuina creación a lo largo de la vida.

Será en el Largo de esta sonata cuando Bach se exprese a imagen de su mujer agitando la belleza que vestía su alma. Aristóteles escribe que la felicidad es una actividad del alma conforme a la virtud. ¿Pudo ser Bach más feliz a lo largo de su vida que cuando compuso este movimiento al borde del dolor? Su virtud como músico nadie la pondrá en duda a estas alturas de su labor. La pátina emocional que impregna en su obra ilumina el carácter bondadoso del músico que tan a menudo perderá los nervios cuando se falte a su arte y estima.
En esta música descansa la vida entera de un hombre en su actividad latente. El propio semblante del músico que compone, que cuida la imagen de su esposa en los últimos cánticos que le brinda, consigue desvanecerle, hacerle confundir en su amor desesperado con lo que ella fué.
Nosotros sentiremos este dolor cuando escuchemos su llanto perfecto, Bach se consolaba en él con pesar sincero.

Es curioso que Nathan Milstein defendiera su versión grabada de los años 70 para la Deutsche Grammophon cuando ésta no hace si no empañar la esencia de su mejor grabación. La versión para EMI de los años 50 tiene un valor artístico inconfundible desde el cual las comparaciones pierden su sentido. Es así que las mayores obras maestras no parecen ser las mismas cuando se modifica un ápice su pronunciación. Sólo descubrir el agua limpia nos permite reconocer el agua menos saludable que hemos estado bebiendo.
 Las opiniones de un artista no suelen contribuir demasiado a su nombre a no ser que éste se dedique a la literatura. Para Platón la distinción constituía una de las artes. ¿Podemos considerar a Nathan Milstein un genio cuando ignora la diferencia sustancial de la propia belleza que es capaz de sacar a su instrumento? No, no podemos. Aunque habremos de admirarle como el mejor violinista que ha grabado las únicas obras que parecen reivindicar la primacía del violín frente al piano.
La distancia terrible que separa estas sonatas y partitas para violín de Bach respecto a las obras de cualquier otro músico escritas para este instrumento, averguenza nuestra historia de la música y el tamaño de los músicos que le siguen.
La escucha de la versión en el "instrumento histórico" del correcto Sigiswald kuijken demuestra que el carácter esencial de una interpretación la encuentra el músico en la intuición de la frase y de su sentido, en el reconocimiento del sentimiento original que provocó las sacudidas fecundas del compositor, más que en los modos históricos de la interpretación, la fidelidad a la notación o el instrumento que se hubiera empleado. Prefiero entonces escuchar al belga Arthur Grumiaux en muchos movimientos de sus Partitas y Sonatas para Violín tan sugerentes. En algunos lugares de la obra para violín marca su acento con tanta maestría que poco ha de envidiarle al músico de Odessa.
Pero en las acciones más grandes es donde el héroe demuestra el espíritu apolíneo que viste desde temprano su alma, y Nathan Milstein se acerca a las obras para violín de Bach, las más bellas escritas para este instrumento en la historia de la música, como si fueran suyos los predicados en sufrimiento.
En los momentos culmen de la escritura de Bach, se comporta con la justicia del que lo entiende, lo admira y por tanto lo quiere.

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