Cuando Josquin Desprez compuso esta obra el arte musical ya había alcanzado el grado de madurez suprema al que todo arte aspira por voluntad propia. Esta madurez supone sobrepasar la linea borrosa de lo particular para alcanzar una visión de amplitud tan general, que deje como ciego y despistado a áquel que todavía y en pesar, camine sin remedio por la vida.
Esta pequeña obra convierte a Josquin Desprez en uno de los mejores músicos de todos los tiempos y coloca la sensibilidad del hombre del Renacimiento en un lugar casi desconocido a los hombres de nuestro tiempo.
La monofonía del canto gregoriano se había constituido en un lenguaje pleno de contenido pero excesivamente escueto a los sentimientos más incrustados del hombre. A pesar de los esfuerzos para comunicarse con naturalidad, el mensaje aparece todavía esbozado de primitivismo pero firme en su lento caminar. Los momentos bellísimos de algunos pasajes monódicos se gestan en las torceduras y estragos del cantar con un estirar tan tenso de la vocal que como obstáculo insalvable consigue emocionar la soledad sonora.
Si nuestro fraile favorito escuchara los vientos secos que se cuelan por el atrio, contemplaría el significado de estas primeras formas llamas de amor viva. Las sufriría de tal manera como nunca podría entenderlas el artista moderno. En estas primeras formas musicales han quedado los intentos de fe que desconocían por entero su propósito. En el amanecer de su noble expresión los sentimientos de los hombres se hacen iluminar de los gestos duros de Dios, para a continuación desfallecer tan estirados como los paños blandos del Greco.
En esta chanson, el reservado Josquin declama a su querido Ockeghem; quien decididamente "no ha podido rehuir a la muerte". La importancia de este suceso del Renacimiento temprano es de un humanismo nuevo que busca un nuevo lugar para el hombre que le sea menos incómodo. El despertar valiente de la personalidad lucha contra el lacónico espíritu medieval congregando un túmulo de hombres que se lamenta en el más exquisito orden; sin acaparar ningún protagonismo.
El discreto equilibrio y los gestos adustos de las latitudes septentrionales se dulcifican con los saludables aires mediterráneos que respiró Josquin en su viaje a Italia. Recordando que también Victoria y Morales labraron sus emociones en estas tierras voluptuosas y tempestivas para retomar el auténtico descanso en las raices tiernas de la patria.
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