miércoles, 25 de mayo de 2011
Beethoven. Sonata No.23, Op 57 "Appassionata" II. andante con moto-attacca. Glenn Gould
Elegir el tempo no es difícil; es a menudo arriesgado. Lo realmente difícil es mantener la coherencia a lo largo de la interpretación de una obra con el tempo elegido, haciéndole transitar por los diferentes pasajes, mirando a unos u otros con la altivez ciega o humildad sincera que nos merecen.
Elegir como tocar una nota nos puede llevar toda una vida y nada tiene que ver con el lenguaje musical; esa decisión imposible e inescriturable en un pentagrama es el elemento creador de un intérprete.
El sonido tan particular de la música de Glenn Gould se bosqueja en la sensiblidad de sus finísimos matices; aquellos que sólo pueden proceder de la música que orquesta divina su cabeza, que le cantan los pensamientos más ingeniosos de la imaginación y el hermosísimo error encubierto.
El marcado ritmo será su único asidero a este mundo, ese staccato es el pie firme que sujeta el alma voladiza del piano mientras el brazo extendido se levanta dibujando la tensión en el aire. El resto del cuerpo danza sentado mientras las llemas de sus dedos punzan mojadas el hilo de la gracia.
Gould conducirá esta grabación con un juego de sutiles armónicos y de tal frugalidad, que otorgará una rara pureza mental a un tema no demasiado complejo ("de urgencia tan primaria") para los oficios diarios de nuestro pianista.
El abanico musical de este intérprete no cabe en la escritura de un pentagrama, por eso imagina y reinventa cada hueco vacío de la notación musical queriendo descubrir los errores e intenciones tan humanas de sus creadores. Y no hay nada como desear algo con voluntad verdadera para que aparezca de súbito en la retina rasa.
Qué lejos y distintas han quedado ahora las sonatas de un Mozart repletas de placenteros requiebros a menudo esperados, como juguetes infantiles perfectos que suenan bien desde el principio y que guardan su vida entrañable en cualquier lugar de la memoria.
Beethoven encuentra la manera silenciosa de su existencia al contemplar exhausto su reciente mundo conquistado. Y lo expresará enorme en su necesidad adulta de tragarse la sonata entera sin prescindir de su forma pero alterando completamente su significado. El sentido de lo clásico toma aquí la simple significación de belleza real. Y la realidad es lo que siente e idea el artista por su sentir.
Unamuno decía que había visto más veces pensar a un gato que reirse.
Beethoven está sumido en una honda instrospección. Sufre el grito inaudible que pronuncia a todas horas esas sonrisas con nombre de mujer que lo admiran sin entenderle y que al fin lo abandonan, precisamente porque una refinada clase social tiene puestos los ojos en él y quieren participar de su luz áurea.
Pero es un imposible tan bello e inútil el querese uno sólo a sí mismo, que es vitalmente necesario que le reconozcan cual persona singular en lo que es, para siempre y sin razón; y que además tenga bonita forma de mujer.
Glenn Gould es a todo esto un perfecto extrano, tan diferente del Cantor de Leipzig como del viejo artista de Bonn.
Emil Gilels grabó este movimiento de la Appassionata para la Deutsche Grammophon con la intensidad propia del Beethoven más heróico, violento y frustrado. Excelentes son en general las sonatas de este músico y quizá se acerquen más al propio espíritu del compositor.
Pero en este momento esa exactitud no es ni mucho menos nuestro propósito porque estamos sordos al cuidado y no somos por nosotros por quien permanecemos escuchando. El oido está sumamente agarrado a algo que no puede menos que hacerse nuestro.
A Glenn Gould no le gustaba demasiado esta sonata, veía una "pomposidad egoista" en una música esencialmente heroica que jamás hubo sonado en la historia de modo tan beligerante.
Un tímido desarrollo temático será la razón particular de su rechazo.
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