martes, 14 de junio de 2011
Cantata Du Hirte Israel,höre, BWV 104, primer coro de idéntico nombre. J.S.Bach. Concentus Musicus Wien. N.Harnoncourt
Antes que para una comunidad religiosa de fieles las cantatas de Juan Sebastian Bach afloran como el testimonio sincero e ineludible de su vilo sostenido con Dios.
Probablemente nadie escondiera entonces su felicidad por las calles de Leipzig como hizo él; tampoco ninguno le reconociera la angustia que guardaban sus dias.
Es la mano del artista quien así los reuna dichosos para que aparezcan buenos en todos sus rostros, expresiones diluidas a la belleza de una sola alma. Juan Sebastian es todos nosotros en esta cantata pues a todos nos necesita en su cántico delicado. El vuelo de su hermosura es tanto mayor por el recogimiento de su mirada franca. Ninguna tibieza en la paz que derrama al cauce.
En eso consiste su agradecimiento. Los primeros 53 segundos se bastan como anuncio testimonial al sueño profundo de Jacob. Ese cielo grisaceo y azul preludia el imaginario y cargado cielo madrileño que pintara Francisco de Goya al alto telón de sus fiestas. Estos primeros segundos abarcan resumidos las ingentes vidas de los hombres a la sombra de la distancia.
Los niños le nacen augustos a la pradera irrigada. Es regocijo de los grandes que no quieren desearse como antes.¿Es acaso luz lo que se descubre enraizado a lo más íntimo de una persona? No. Nunca es nada luminoso.¿Quién está dispuesto a asumir con amor esa mezquindad natural en el otro? Alguien que sea capaz de reconocerse en lo que es por medio del arte. Alguien que tenga presente siempre su propia mezquindad. El peso de la pena que sentimos por los otros ha de reconducirse en el padecimiento inmediato de ese su mismo castigo.
Es insoportable el minusculo latir de los corazones de los hombres en las gargantas de los chicos. Ambos se necesitan ahora para expresar la contundencia del mensaje. Pero serán hombres y mujeres adultos quienes reconduzcan sus vidas a través de los infinitos bailes que nos tiene preparados el único que debiera no llamarse músico.
Y que las prisas exigentes recorran las cantatas de Bach es asombro tan solo de Dios. Que pueda existir esta música es síntoma de los mejores advenimientos.
Las cantatas de Bach reconfortan rápido en su mensaje claro; varias veces retomado y matizado a lo largo de la misma obra. Son los oficios que proceden de una mano majestuosa que no distingue el trabajo de su arte. No tienen tiempo muy a menudo para explicarse como así lo hacen las pasiones o la misa. Sin embargo, algunas verdades como ésta no requieren de muchas palabras y se entienden tan fácilmente como el turbado malestar de la conciencia.
Esta música es mejor escucharla si corremos deprisa hacia algún sitio dónde aún nos estén esperando.
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