miércoles, 15 de junio de 2011

Franz Schubert. Sonata para piano Op 78 D894, primer mov. molto moderato e cantabile. Sviatoslav Richter


Nunca escucharemos con justicia a Franz Schubert mientras su música destile para siempre las ensoñaciones universales de Beethoven. A pesar de la singular y bonachona originalidad melódica que despliega toda su música y que no encuentra similar contrapeso en la música de Beethoven, Schubert nunca alcanzará los estrechos meandros del cráneo más privilegiado. Esto mismo nos inclina a elegirle para atravesar con dicha las luminosas espigas de centeno y dejarnos embelesar frente a los sensibles paisajes de color que nos anuncia su lirismo y melancolía.
Nadie más cantará como lo hizo Schubert a lo largo de la historia de la música cuando le broten las más jóvenes alemanas melodías; tan cercanas, claras y sencillas como el sensual calor de un pueblo que a la luz de la tarde reune las voces que lo origina.
Schubert no recurre a los amplios desarrollos temáticos que empleara Beethoven al piano, si no que entreteje sus matices personales con unos desarrollos armónicos y tímbricos que iluminan la escena desde todos los ángulos posibles. Prevalecerá siempre en su mejor música la confiada melodía.
La variedad deslumbrante de juegos y carreras que recorre su itinerante danza musical se vestirá los zuecos del genio en piezas pequeñas como el tercer impromptus en Si bemol D.935. Con la paciencia de un niño nos entregará sin tardanza su más sincero y humilde deleite. Disfrutemos desde el principio esta contemplativa música tan entrañable al corazón.
El nacimiento de su música es todavía la más tierna paz de la infancia, y cuando levante su enérgico vuelo hacia lugares particularmente grises se encorvará siempre con la misma candidez y optimismo.
Schubert, al igual que Mozart, se acercó a la muerte temprano para que no palidecieran sus honrados sentimientos. No son éstos, en esencia, románticos. Se asemejan bastante más al clasicismo trascendente de Beethoven que a la pasión irracional, ególatra e irresponsable de Schumann o Chopin.
En las últimas sonatas del vienés se respirará el genio de los cuentos bíblicos que se alargan hasta el anochecer.

Esta sonata era considerada por Schubert como la más perfecta de todas "en el espíritu y la forma". También era la favorita de Sviatoslav Richter, otro gigante del piano (quizá el único gigante, con lo que eso conlleva de aplastamiento) incapaz de sujetar sus impulsos a los aciertos maduros del alma. Asombroso el brazo enérgico y enorme que acomete los pasajes más suaves y penetrantes con delicadeza extrema para sostener sus dedos dóricos a continuación los pesos relucientes de la fachada. Labor férrea de una educación singular y una sensibilidad exquisita en la Rusia de su tiempo (la actual Ucrania).
El primer movimiento se alarga como obra maestra independiente al recaudo de las distintas pisadas que el intérprete disemina en el velo de la repetición. No sabemos lo que pudiera haber cincelado Beethoven con un tema inicial de veracidad semejante que se presenta tímido pero seguro a los misterios de la existencia; precisamente por que no abandona nunca el despertar crédulo de la vida; íntima y débil sonrisa; exvoto de amor. Las pequeñas variantes del tema inicial y el cruce melódico del segundo tema darán para 26 minutos de instrospección inocente. Ignoramos el drama enorme y la ilusión que portaba este hombre.

La reedicion del sello Brilliant tras su adquisición de los derechos sobre la Federación rusa nos ofrece estas obras con un sonido aceptable en su justa medida pecuniaria. Esta caja guarda también otros tesoros.
La emoción de los significados permanecerá siempre por delante de la alta fidelidad musical.
Se pueden encontrar grabaciones en video particularmente asombrosas.

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