domingo, 10 de julio de 2011

Isaac Albéniz. Iberia. Corpus Christi en Sevilla. Esteban Sánchez


Antes de la caida del sol comienza en la vieja ciudad andaluza del oro su fiesta agitada del corpus.
Andalucía y la España entera imaginaria se asociarán a esa luz y calor silencioso de la tarde que nutren al sudor las alegrías.
Isaac Albéniz; qué bien nos hiere la maestría de este gerundense españolísimo que se apropia de una cancion popular castellana para revitalizarla y entregarla en su mejor lustre a las fiestas ahora universales de los pueblos de España.
La tarara majareta de Castilla la Vieja hace entrega al momento de su débil nombre propio. La invención del catalán le zarandea el vestido y muda entero su rubor sin alterar nunca los pasos de esta procesión lunática. Al allegro gracioso de un ritmo persistente se anuncian las voces legítimas que llenan las estrechas calles de Sevilla. Se quebranta todo impresionismo en el sincero choque de las gentes y el colorista baile de las respuestas a voces.
Una clara saeta se arenga al silencioso asombro de la muchedumbre y canta tan pertinaz  mensaje que deja de constituirse en impresión para significar una clarividencia bastante más fundada. Ésta, tan solo puede proceder del desarrollo libre pero sólidamente sujeto de la idea musical, la cual ya nunca volverá a presentarse con semejante dignidad a lo largo de nuestro siglo. Albéniz se apropiará, en su mayor tarea, de las libertades de una forma sonata que desarrolla y reexpone los temas siempre bajo una unidad tonal muy cercana al clasicismo.
Felipe Pedrell había revelado en su manifiesto por la música española: "el compositor debe nutrirse de la quintaesencia del canto popular, asimilársela, revestirla de apariencias delicadas."
Albéniz conocía bien todos los paisajes de su España pero también los tientos y diferencias de lo extranjero. Soñaba dar a conocer "a sus paisanos" la verdadera visión y emoción de lo español a través de su música.
Junto al Fandango del Padre Antonio Soler es la Iberia de Albéniz la más trascendente obra para teclado de un español. Desde luego la más importante literatura nacional para piano; lúcida y sobrecargada de un virtuoso y "plateresco" andalucismo español que asombrará el aprecio de los grandes músicos y pensadores franceses de la época. Lucien Rebatet, cual ejemplar francés, acentúa en su esencial historia de la música el aprendizaje que pudo asimilar el músico español del nuevo "medio armónico" y tonal que había creado Claude Debussy. También sugiere las influencias de Maurice Ravel. Pero la verdad es que las distancias artísticas son desmedidas cuando comparamos las mejores obras francesas de esta época con la Iberia de Albéniz.
Las doce piezas de Iberia fueron compuestas entre 1906 y 1908. Los preludios de Debussy son posteriores, entre 1910 y 1912. A diferencia de unas concisas, austeras, entrecortadas y luminosas impresiones, el catalán acuña su morada sensible con la descripcion ágil y el ornamento significativo. Los recursos pianisticos se ensanchan como su propia chaqueta desvelando las nuevas posibilidades sonoras que siempre oculta cualquier instrumento.

El Corpus Christi en Sevilla es nuestra obligada comunión musical, un arrebato que se expulsa desde el imaginario cántico de la tarara; es testimonio de la dorada y calurosa fe de nuestro pueblo en las fiestas tiránicas, absurdas e inocentes que configuran nuestro carácter. Todo lo demás no es fiesta ni es arte.
Al final de esta fiesta religiosa escuchamos los pasos expirantes que alejándose desalojan el alma de su sentido. La noche nos huele al romero esparcido y mojado.

El extremeño Esteban Sánchez supera en este disco las interpretaciones sofisticadas de Alicia de Larrocha. A pesar de presentarse menos refinado en los timbres y matices de su visión, permanece completamente atento al grosor y cuidado del recado. Y sin usar de la escritura fina de Larrocha entendemos mejor las intenciones y padecemos su ahogo en el apremio y vigor del discurso.

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