viernes, 1 de julio de 2011

Orlando Gibbons. O Lord, I lift my heart to thee. Deller Consort. Alfred Deller


La antífona se sostiene en los versos de los salmos bíblicos que luego serán cantados como introducción a los oficios litúrgicos. Esta breve forma musical concentra el significado religioso de trascendencia que guía la vida musical de este músico anglicano. De sus canciones se desprende todo aquello que sentimos accesorio a la piedad verdadera empleando una simplicidad aparente de medios que nos deja húmeda y como desatendida la voluntad del alma. Ningún ornamento vano, ningun eco efusivo proveniente de la vanidad del hombre; tan sólo humilde respeto en la voz sosegada del creyente.

Nunca podría señalarnos nada la música si ésta no procediera de la inquietante y cercana exigencia que aflige el hombre para procurarse entender. Escudriñando a los demás pero también a uno mismo; con la débil intención de sentirse amado en la muda de nuestra felicidad. Nos queremos demasiado como para contenernos en nosotros mismos. Esta contradicción que siente el creyente entre su propio amor propio y la necesidad que trae de salvarlo en Dios le produce la fina doblez de sus emociones. La capa fina que envuelve la musica de Gibbons es el calor justo que guardamos para nosotros. El resto queda como difuso, entregado a un aire como animado.
Los oyentes no sienten sostener el plomizo peso del arte en la prisión que ahora padecen o contemplan en esta música; les queda mucho por asimilar en la carga religiosa que se les ha hecho entrega. Es significado del hombre para el hombre. Es el hálito del hombre y no el de la obra el cual nos interese. Ésta siempre ha de cobrarse su oculta autonomía cuando se desligue ingrata de sus orígenes.
La esencia de la mejor música se concentra siempre en su expresividad para abordar sutilmente nuestros  más desconcertantes sentimientos. Es expresiva porque siente en ella la angustia de la necesidad.
Cómo de invisible se convierte ese mensaje musical al intelecto de la razón  no debe nunca hacernos olvidar el descanso que hemos vivido. El estado de bruma vital ha desaparecido en la temporal anulación de nuestros sentimientos.

Esta antífona es de la más parca expresión. No necesita levantar la voz para hecerse oir a los suyos en estas recónditas alabanzas. Es verdad tan sublime la que procura comunicar que parece mecerse errante sobre el propio peso a punto de colapsarse. La escueta y consistente forma de riguroso contrapunto estrecha la música incómoda entre los espacios de una techumbre religiosa sobremanera recargada.
"Gibbons es un artista de un compromiso intratable cuyas obras, al menos en el campo del teclado, funcionan mejor en la memoria o sobre el papel de lo que nunca podrán funcionar a través de la intercesión de una tabla que suena", escribe Glenn Gould en uno de sus discos. Cómo retener entonces este liviano y perecedero estado que, aunque inconfundiblemente bello, se nos aparece de una realización casi imposible. Ningún músico como Orlando Gibbons traspasó sobrio esos lugares de los que es mejor callar.
Es verdad que ningún análisis musical podrá esclarecer ni sustituir el imprescindible alimento diario de la oración cantada.
Probablemente sea también la música expresión imperfecta de alguna realidad que nos mantiene por el momento subsumidos a ella a su antojo. Pueda ser entonces el canto alabanza o lloro resignado a esta situación de realidad pasajera.

Alfred Deller y su coro inglés hacen honor a la hermosa tradición que tiene este pueblo en el canto.
También guarda la tradición con hermosura el sello alemán Archiv Produktion, en su acostumbrado gusto musical.

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