martes, 16 de agosto de 2011
J.S.Bach. Motete O Jesu Christ, mein's lebens licht BWV 118 / 231 John Eliot Gardiner. The Monteverdi Choir. The English Baroque Soloists
La visión que el místico nos desvela en su escritura, para ser intensa como la convicción del mundano milagro, debiera enunciarse temprana a él en carne y alma. Por lo menos si anhelamos sentir la misma intensidad; si por el contrario buscáramos la verdad escueta de lo sucedido esa intensidad lo desfiguraría todo, vedándola la emoción que protege nuestro ser. Semejante sugestión le empuja a la música cuando pretendemos explicar como una necesidad lo que hemos sentido como un regalo. Encontrarse sólo en esos momentos es bello por lo que tiene de común la soledad. Cuando aún sentimos nuestro pecho en lo que leve ha ocurrido, llevamos toda su fuerza dentro empujando las palabras.
Nadie ha marcado los pasos de la muerte, poca y significante, como los cerrados labios de Juan Sebastian Bach, nadie ha sugerido la huida más apartada de la vida sin prisa alguna; con las melodías más hermosas de este mundo en ofrecimiento, en la procesión de caras borrosas y bellísimas voces sin sexo.
Lo importante de una vida lo sentimos ya ocurrido en esta música, sin respuesta pero en calma, dolidos hasta el extremo por primera vez sin miedo. Como si todos hubiésemos permanecido en los lugares sagrados, con el deleite justo de la actividad reina, con los sentimientos universales de las milenarias costumbres y los mismos hombres faltos. Si amamos esta música es por alguna razón que a bien ignoramos.
Y cómo un hombre puede cargar con este mensaje de gracia, cómo la soporta y sigue levantándose cada mañana para dejar expuesto su sentimiento de música. Nos sentimos inclinados a llamarle bueno a las prisas de quererle más; pero si en verdad lo hubiera sido no fuera el autor de esta música que abarca los valores tan alejados de la ética.
El deseo nos hace felices o infelices. Bach nos insinúa en su obra de éxtasis que no es felicidad lo que necesita el hombre para sentirse falto de algo. A medida que se comprende mejor una persona o una música dejamos de sentirla intensa por que la portamos sumida en nosotros. El dolor resuena demasiado nuestro cuando creemos perderla.
Motete, cantata o coral tardío de fecha desconocida que compuso o quizá ajustó el cantor como exequias a la muerte de todos. "Señor, cuanto dolor aflige mi alma", es final de lo poco que nos queda junto a esta música reveladora.
La música sacra de Bach que interprete Gardiner con el Coro Monteverdi no suele alcanzar las alturas difusas pero visibles, de honda religiosidad, que abarcan de distinta manera Harnoncourt, Leonhardt o Richter. Pero su arte se muestra excepcional en esta grabación que deberemos guardar como bálsamo.
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